lunes, 3 de diciembre de 2012

Permitirse el lujo de morir


Ismael Serrano a favor de la eutanasia con un precioso tema : “ Testamento vital” , me hace reflexionar sobre la dureza del momento de la muerte, y la difícil decisión de dejar marchar a nuestros seres queridos.



He convivido con  la experiencia de la muerte desde tantos puntos de vista, tantas situaciones distintas, que me es difícil recordarlas todas.  Desde  jóvenes que se van, muertes inesperadas en personas que estaban relativamente bien dentro de su enfermedad, hasta ancianos decrépitos pidiendo irse de este mundo a voces sin poderse ir por sí solos.
En la actualidad, existen tantos recursos que es difícil dar el paso hacia la otra o no otra vida, ya no es sólo someterse a un tratamiento más o menos agresivo, sino a pruebas diagnósticas durisimas que pueden, si, alargar la vida, descubrir la causa de un empeoramiento, añadir más tratamiento para que ese ser viva otro poco más, no importa en qué condiciones.
A veces, estamos tan empecinados en mantener con vida al individuo que nos olvidamos del significado de la palabra vida. No es vida el mantenerte atado a un montón de tubos cuando tu cuerpo ha dicho hace mucho basta ya.
En nuestra sociedad , puede que la palabra muerte signifique fracaso. Hemos fracasado en mantener a alguien vivo, hemos fracasado como hijos, al no saber cuidar a nuestros mayores, hemos fracasado como cuidadores, como maridos, como esposas... Pero al fin y al cabo morir algo tan natural como nacer, son dos experiencias por las que,  forzosamente, tenemos que pasar. Tantos matices religiosos, políticos, culturales...cada persona lo afronta de una manera. 
He tenido en mi carrera profesional demasiadas veces la experiencia de dializar a un "cadáver", una persona en sus últimos momentos, sabiendo que desde hace tiempo no se puede hacer nada, que lo que es un tratamiento, ahora es alargar el sufrimiento, una técnica agresiva de por si que se convierte en estos casos en un verdadero suplicio. Me he sentido como parte activa de ese "alargar el resuello", algo que no vale para nada pero a lo que, inevitablemente, no he podido negarme a hacer, ya que la decisión no era mía. "Hay que seguir con la técnica". He sentido que la única manera de ayudar a esa persona, a la que tal vez he tratado y he conversado muchas horas con ella, era no haciendo precisamente lo que estaba haciendo. También he respirado cuando esa persona no ha vuelto a su sesión, y me he alegrado por ella y por su familia que,  o no pudo tomar la decisión, que es difícil, o no supo muy bien que hacer en ese caso. Siempre hay esperanza. Cuando el que te toca es algo tuyo, por mucho que te digan, hay que tener la cabeza bien fría para mirarlo no desde el egoísmo de un hijo que no quiere quedarse sin su padre, o desde la ignorancia de alguien que piensa que esa persona se aferra a la vida cuando el resto ve que no es así. Por desgracia, tuve que tomar una decisión de este tipo una vez como hija, y me fue verdaderamente difícil decirle al medico: basta ya. Te invade luego un sentimiento de culpa, un "¿Y si me estoy equivocando?", pero con el tiempo te das cuenta de lo que has hecho es lo correcto.

 Que la noche no duela

Recuerdo un caso cuando trabajaba en Huelva. Una señora que hacia relativamente poco que había entrado en programa de hemodiálisis. Se fue deteriorando hasta tal punto que casi siempre estaba ingresada por una cosa o por otra. No salía del hospital. En uno de sus largos  ingresos , un día vino la hija, que ya era como de nuestra familia, a contarnos sus temores, cómo se sentía al tener a su madre allí tanto tiempo, con las analíticas de casi todas las mañanas, los traslados a rayos, la diálisis. Ella sabía perfectamente que su madre estaba mal, que le quedaba poco tiempo, y quería consultarnos que pasaría si se la llevaba a casa.
En estos casos tenemos que ser muy prudentes, pero en ocasiones las imprudencias pueden ayudar a alguien , y con esto me refiero a la madre tanto como a la hija, pues al fin y al cabo, ella seguiría con su vida. Le dimos ánimo tomara la decisión que tomara y, sobre todo, le hicimos ver que no debía sentirse culpable decidiera lo que decidiera.
Decidió llevársela a casa. Nos contó que su madre murió en su cama, rodeada de sus cosas, de sus nietos y bisnietos, y con una sonrisa en los labios. Sé que esa hija siempre recordaría a su madre con esa sonrisa, en lugar de recordarla dando el ultimo respiro en la cama de hospital con los brazos llenos de pinchazos y sufriendo lo indecible para morir. 
Vino a vernos pasado un tiempo a darnos las gracias.



Él ha abierto las ventanas, y ella se aleja sonriendo,
imagina mientras la tarde naranja va cayendo.


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