miércoles, 24 de octubre de 2012

Luces errantes




Tenemos la suerte de vivir en una relativa tranquilidad, nuestras casas, nuestras familias, nuestros trabajos o no trabajos. Si enfermamos, podemos ir al médico; si estamos angustiados, podemos salir a la calle a dar un paseo; si tenemos hambre, podemos comer.
Personas anónimas, de las que sólo conocemos su existencia a través de los telediarios, no gozan de esta suerte. Refugiados. Oímos esta palabra en las noticias y puede que meditemos durante un segundo, aunque la mayoría de las veces nos da igual, seguimos con nuestras vidas.
No he visto nunca un campo de refugiados, pero mis otros ojos si lo han visto en Dajla. Viven en una continua provisionalidad, sin saber si algún día podrán salir de allí, si su vida es esa o el destino les depara algo un poco mejor. Viven protegidos, eso sí, pero esto también es provisional. Nunca se sabe si atacarán y tendrán que marcharse.

He visto pueblos oprimidos en Tibet. Niños que juegan en la calle, con su hambre a cuestas. Juegan a juegos que hemos jugado nosotros de pequeños, no son tan distintos de nosotros. Agarran la cuerda de su cometa y sonríen. Te acercas a ellos y te regalan sus palabras entre risas inocentes. Les das una chocolatina y en vez de abrirla y comérsela la guardan para dársela a sus padres.
Entre tanta miseria poseen unos valores que nosotros, los del "mundo civilizado" hemos perdido hace muchísimos años.



Recuerdo haber estado jugando un buen rato con una niña en una aldea, en Dargen. La vi jugando y recordaba aquel juego cuando yo era una cría de ocho años. Me acerqué a ella y me puse a jugar con cinco piedrecitas a su lado. Cuando se dio cuenta de que jugábamos a lo mismo, me insinuó con una mirada que quería que jugáramos juntas. Estuvimos no sé cuanto tiempo jugando, pero se me pasó volando.
En medio de una aldea perdida en Tibet, jugando a un juego arcaico con una niña muerta de hambre.
Pensé en una especie de consultorio medico que estaban haciendo al lado, con escombros por todas partes porque no había más dinero. Deseé por un momento no volver a Málaga, quedarme allí a ayudar. Es una asignatura pendiente que tengo. Creo que ellos me darían más a mí que yo a ellos.

Luces errantes, pero no pierden las ganas de brillar. Aunque se los lleven los chinos a  hacer carreteras todos los días a golpe de metralleta, aunque la mayoría de los niños tengan quemaduras en las córneas a causa del sol a cinco mil metros, a pesar del hambre y la miseria  no dejan de sonreír.
Sé que nunca soltarán la cuerda de su cometa, ellos son mas fuertes que nosotros,  y puede que algún día el viento se convierta en una agradable brisa.

Esta canción de Ismael me ha traído todos estos recuerdos que, con el paso del tiempo, se iban relajando en mi memoria.


jueves, 11 de octubre de 2012

Microrrelato: La mirada invisible

El ruido de los limpiaparabrisas lo adormecía. Una imagen recorrió su cabeza.
Aquellos ojos que creía ver por el retrovisor volvían de nuevo. ¿Lances del pasado o esta vez era real?
Recordaba vagamente la extraña muerte de su hermano, sus sospechas cuando la policía científica encontró la caja azul cerca de la escena. El caso se archivó muy a su pesar. Soñaba a menudo esa mirada, aunque con el paso del tiempo ese sueño se iba difuminando hasta convertirse en un recuerdo borroso.
No supo nada de la familia de su hermano gemelo hasta el fatal momento. No sabía que se había casado y que había heredado un grupo de empresas.
Había dejado de llover y pudo divisar el bar. Allí lo esperaba una persona con la que había concertado una cita dos días antes. ¿ Sería ella?
Al entrar, buscó una mesa tranquila, pidió un café y el periódico. Había llegado algo temprano , pero no le importaba. Así tendría tiempo para pensar.
Apareció una caja color azul frente a sus ojos. Ella la había puesto allí. No sabía lo que contenía, pero debía ser algo importante. La saludó con un ademan de cabeza y se fue.
Le esperaba un largo viaje hasta casa y decidió no entretenerse.
Por el camino, de nuevo aquellos ojos en el retrovisor, la visión volvía con más fuerza.
Al llegar a una gasolinera quiso parar, pero el coche derrapó de una manera extraña. Dos vueltas de campana antes de caer por el precipicio.
Su hermano gemelo solo halló cerca de la escena una caja de color azul, prueba inconsistente para que la policía siguiera investigando....
Los ojos le sonreían ahora. Ella había ganado.

Basado en una novela no publicada que escribí hace diez años








domingo, 7 de octubre de 2012

Trasplante renal: otro punto de vista

Estamos acostumbrados a leer noticias sobre trasplantes basadas en datos estadísticos, o en técnicas novedosas, a leer vivencias en primera persona de pacientes trasplantados.
 Pero ¿ cómo se ve desde fuera? Mi hospital esta situado en la zona puntera en cuanto a número de trasplantes realizados. El equipo multidisciplinar dedicado a ello es de los mejores que tenemos en nuestro país. Sigo pensando que publicitar todo esto no es suficiente. 
Aunque la mentalidad de la población ha cambiado en los últimos años, nunca es suficiente la información para seguir concienciando a la gente de  que donar órganos es importante. 
 Hace relativamente poco, unos diez días aproximadamente, se ha trasplantado una de nuestras pacientes de la sala, y quiero compartir esta experiencia desde el punto de vista de las personas que los cuidamos, que los sufrimos y que nos alegramos cuando a causa de recibir un órgano, dejan de formar parte de la " extraña familia" que formamos. 
 Este post va por esa chica, aunque puede estar dedicado a cualquiera.




 Era un viernes como otro viernes. El turno de tarde transcurría con toda la normalidad posible dentro del contexto. Ella salia de su sesión de diálisis como siempre, mareada. Su madre la esperaba fuera con la silla de ruedas y cara de preocupación, también como siempre. Nos veía salir de vez en cuando para coger material y nos preguntaba ¿ va todo bien?, y le informábamos de que su hija casi estaba lista. 
 Lo habitual. Tras la sesión, se iban a sus casas celebrando que tenían dos días por delante en lugar de uno para volver a sentarse en aquellos sillones. Muchos bromeaban con nosotros a la salida. " No vengo hasta el lunes, así que no me esperéis", a modo de pequeña despedida. Rutina para ellos; un día si y otro no; lunes, miércoles y viernes; y así años y años hasta que el cuerpo aguante. 
 La ultima vez que la dialicé no venía muy mal. Tenía, como todos, rachas mejores y rachas no tan buenas. En los años que llevaba con nosotros no nos había puesto una mala cara, ni nos había dicho una palabra fuera de tono. Hacía algunos días que la habían llamado para un trasplante, pero el riñón esa vez no fue para ella.
 Le pregunté, como de costumbre, que cómo estaba, si había presentado alguna complicación interdiálisis. Llevaba el brazo envuelto en un plástico, pues se trataba con crema anestésica antes de venir para que los pinchazos no fueran tan dolorosos. Era uno de los aspectos de su tratamiento que peor toleraba: los pinchazos. Llevaba ya tiempo sin catéter, pero no lograba acostumbrarse a las tremendas agujas que le teníamos que poner un día si y otro no.
 Era en algún sentido del tipo de pacientes que llamamos cariñosamente "rebelde guey" en cuanto a adherencia a la dieta, sobre todo a la restricción de líquidos. Eso le costaba. En temporadas, acumulaba gran cantidad de liquido entre sesión y sesión debido a esto, con el consiguiente riesgo que implicaba hacer la sesión mas agresiva para su organismo. 
Nos veíamos obligados a veces a "echarle la bronca", como a muchos otros, siempre desde el respeto y siempre por su seguridad y bienestar, aunque comprendíamos que en un verano ( o en un invierno, da igual) les tenia que resultar muy difícil beber menos de un litro de líquidos al día  A cada uno teníamos que decírselo de un modo, y a través de los años sabíamos perfectamente de qué forma. 
Cuando una de "mis broncas" resulta eficaz, suelo bromear con ellos y les pregunto: "¿ que te dije el otro día para que vengas hoy tan controlado? . Es para decirle lo mismo a mi hijo, que no estudia", y las risas correspondientes. La cuestión es quitarle hierro al asunto, pero ser tenaz. 
Hace dos sábados  empezando el turno de mañana, me enteré de que esta chica estaba recién trasplantada. "Por fin" pensé, sabiendo la falta que le hacía ese riñón. 
En cuanto pude fui a verla a la Unidad de trasplantes. Me vestí para la ocasión  con  la bata, gorro, mascarilla, guantes y demás parafernalias. Sólo se me veían los ojos, pero me reconoció enseguida. Ella estaba espectacular. La expresión de su cara había cambiado por completo desde la ultima vez que la vi salir en la silla de ruedas blanca como un papel. 
Lo primero que me dijo fue : "mira, mi tesoro", señalando  la bolsa de orina que colgaba de su cama llena a rebosar. Como dijo otra compañera que subió a verla más tarde: nunca me he alegrado tanto de ver una bolsa llena de orina, por muy escatológico que suene a los profanos en la materia. Eso quería decir que el injerto había empezado a funcionar casi desde el principio, y las esperanzas de que siguiera así eran buenas.
Me estuvo hablando de su odisea cuando la avisaron recién salida de la diálisis,  de lo nerviosa que se puso, de sus preocupaciones y sus miedos para afrontar la intervención. 
Me habló también de madre a madre, de sus hijas a las que, a causa de tener que ir tres tardes al hospital,   no podía atender a la hora de hacer los deberes con ellas, que ahora recuperaría el tiempo perdido. Estaba muy feliz. 
No pude darle dos besos , ni acercarme mucho a ella  a causa del aislamiento, pero se dio por besada y abrazada. 
Busqué por los pasillos de fuera a su madre, pero no la encontré en ese momento. 
Esta semana ya le habían dado el alta, y fue a la revisión post trasplante a la consulta, que se encuentra al lado de mi sala. 
Estaba guapísima, a pesar de la mascarilla que debía de llevar todavía. Entró en la sala de diálisis para vernos y sobre todo para que la viéramos,  pues ellos saben perfectamente que nos alegramos de verlos cuando se trasplantan. Venía con su madre, pero ahora la madre no la llevaba en silla de ruedas. Iba erguida, con un aspecto muy saludable y con un precioso brillo en la mirada, tanto ella como su madre. 
Ahora sí que hubo besos, abrazos, risas... Como si todos hubiésemos recibido con ella un trocito de ese riñón que un buen día, entre llantos, una familia anónima decidió donar para que alguien mejorara su calidad de vida. 

Esta es la visión de las personas que convivimos año tras año con pacientes en hemodiálisis. No es un estudio científico,  no son datos estadísticos,  no es una presentación magistral de una técnica con imágenes impactantes,  ni siquiera una vivencia... Son emociones que sentimos al ver a "uno de los nuestros" teniendo la oportunidad de poder vivir muchos años sin estar enganchado a una máquina. 
Puede que esta visión  como dice una amiga mía  sea algo "monjil", no esta basada en la evidencia científica , carece de rigor y demás, pero... aunque soy agnóstica por la gracia de Dios, si esto es ser "monjil", ¡vivan las monjas!

Va por todos ellos, mis sufridos  pacientes.